lunes, 7 de mayo de 2012

LA FALTA DE FE



Considero que, tal y como comentaba en el anterior post, el problema está dentro de nosostros. Solicitar al mundo que los problemas los producen los demás, y peor, que la solución está fuera del entorno, es ser imbécil y soberbio, más allá que ciego y sordo. No podemos asimilar las discapacidades de personas con las incapacidades de verdaderos destructores del rito.

Pero, sin embargo, no se puede salir en desbandada de algo que amas por culpa de los actos de varias personas. Personas ególatras, egoístas, que buscan dinero y poder. Seres minúsculos en sí mismos, que buscan fuera, la fortuna y la gloria, porque se miran a un espejo y no se ven reflejados con ese aúrea de persona que ha logrado sus metas. Quizás sus objetivos sean contrarios a sus sentimientos, y valga más el dicho catalán de 'la pela es la pela' que ser seres votivos por sus anhelos místicos.

Y como creo, y hay mucha gente que cree, pongamos un ejemplo real, que viene al pelo con lo que vivimos en la sociedad actual, porque cuando alguien me protesta porque antes los toros gustaban más, se entendía más, se vivían más, les digo que, en esos tiempos que ellos marcaban, también todos éramos más católicos que la Roma de Juan XXIII, aunque este duró poco, o Pablo VI, y miren ahora dónde nos llevan. Dónde quedó Pío XII, y sus predecesores.

Y es que se imaginan el siguiente relato:

Soy ferviente seguidor de la fe de Cristo, Nuestro Señor, y voy a misa, cumplo los diez mandamientos, más o menos, a rajatabla y me tengo por buen católico. Conozco Roma, he estudiado entre curas y monjas toda mi vida y me visto de chaqueta para la misa de los domingos. Un domingo más, con mi familia, me dirijo a oír la Santa Misa, que por cierto, y vaya mala leche, ya no es en latín. Estos conversos raros de Roma, van a acabar por admitir hasta los invertidos dentro de Nuestra Santa Madre Iglesia. En fin, ya sale el cura. ¡Ay va! ¡Vaya vocecita nenaza que tiene! ¡Qué gallina clueca cantando! Me da que este es de los raritos.
Y así, entre dimes y diretes, el buen cristiano, que se pasa la hora de rito fijándose en las formas, y sale con un desagradable sentimiento de vergüenza por lo que sucede. Su mujer que le dice que qué bien ha hablado don Pascual. ¡Si, sí, querida! le responde quien de nada se ha enterado.
Más tarde, en la santa partida dominical en su casa, con el cabo, el médico y el veterinario charlará sobre el cura, al que, por cierto, no ha invitado a la reunión, tal y como hacía con el anterior. Pero es que don Julio era de los nuestros. Allí, a ninguno les parece bien el cura y, menos lo que cuenta. Es demasiado nuevo para ellos.
Y así, domingo tras domingo, van a ver y a despotricar sobre un cura, hasta que con soberbia se marchan del rito, y con desprecio hacia una persona que no creen buena, y que es posible que sea así, se desengancha de la religión cristiana. Primero en sus manifestaciones rituales, y más tarde, de Roma y de los papas reaccionarios que están dominando la Iglesia. Y por ahí, no trago.
Y un cura, un simple humano, ha echado a un correligionario que se tenía por bueno. Y es que los curas de antes, y el rito que entonces se hacía tenía verdadera mística, irradiaba verdadera fe. Y ahora, a finales de los setenta, ya nada es igual. Ni la Iglesia.

Como esta persona muere a principios de los ochenta, no quiero ni pensar qué diría hoy a sus 118 años, de todo lo que se produce alrededor de su religión ancestral. Que abandonó, como muchos abandonan el rito, y que terminó por, siquiera creer en nada de lo que decían. El sólo creía en su dios, tal y como lo enfocaba, y a su manera.

Creo que el cuentico en cuestión no tiene desperdicio, en el sentido, en que en nuestro rito, ocurre lo mismo. Y lo triste es que un mortal sacerdote, o el que adorna el templo o proporciona el material para el sagrado sacramento pueda echar, ahuyentar, espantar a los seguidores del mismo.
Y por eso, siempre he creído, que el rito no es el responsable de echar a nadie. Puede haber buenos y malos sacerdotes, mejores y peores templos, modernos, limpios y sin pasión, como ancestrales y más dados a la mística. Incluso las sagradas formas pueden ser más insustanciales o plenas de sabor. Pero el rito sacro no cambia. Somos nosotros y nuestra mente, las circunstancias sociales en las que vivimos, nuestro gilipollismo hacia el qué dirán, la nueva forma de entender la fe. Y es que ahora las cosas se hacen con más moderneces, y ya no se concelebra como antaño. Y es verdad. Hasta la música y sus formas han cambiado. Antes se siseaba, ahora se habla y que el del banco de adelante ni se gire, que le crujo.
Somos nosotros, que no somos verdaderos seguidores de la fe, los que nos ponemos las excusas pertinentes y nos abocamos al fracaso. Abandonamos echando pestes contra todo, y no nos damos cuenta, que en nuestro interior no hemos sido seguidores plenos de la religión. Que bien por tradición, costumbre, el qué dirán hacíamos lo que el resto. Y a la más mínima excusa, o viento de cambio nos hemos bajado de ese carro.
El fiel seguidor lo será en su interior y celebrará, festejará el rito siempre, independientemente de los celebrantes y concelebrantes, de sus manifestaciones y de cómo desarrollen el acto. Y siempre revitalizará su alma, y a la salida, una corriente de plenitud, por ínfima que sea, le habrá hecho mejor en sus creencias, y estará contando los días para celebrar el siguiente.
Y a estos, no hay cultura ni sistema que los derroque. Y estos son, unos del cura Pascual, y otros más seguidores del viejo cura Julio. Pero todos merecen su escaño en el templo, porque ellos son los pilares de que su fe no se derrita, y mientras existan, la religión vivirá. Y es que masiva o minoritaria, todas las fés tienen su sentido.

En fin, que tanto pensar y me da por la teología. Y no sé si este es el sitio adecuado para ello, así que prometo hablar más de toros y dejar las religiones para los que saben de ello. Aunque, pensándolo bien, y como fiel seguidor de mi religión, ¿no estoy autorizado moralmente a hablar de ella?

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