Cuentan los hechos que la juventud, además de osada es en sumo impertinente, y yo, no sólo no lo pongo en duda sino que además lo reafirmo. Y si quieren voy más allá: en el mundo de los toros esto queda aún más magnificado. La de veces que habremos escuchado aquello que los toreros tienen que madurar, que los públicos se lanzan al río demasiado pronto con los jóvenes valores y que tiene que pasar un tiempo en el escalafón máximo para que podamos ver el arte, la línea a seguir, el poso que deja, si es poderoso, valiente, dominador, etc. el matador en cuestión. Que sepamos ya de chavales que aún no han debutado con picadores y pensemos en futuras figuras, nos puede hacer pasar por pitonisos, por mejores aficionados, por listillos de turno, por lo que sea pero nos olvidamos siempre del exquisito sabor de la madurez. Y casi siempre sirve incluso para charlar con los matadores. De jóvenes en activo están unos con muchos gatos, otros con necesidad rápida de estar en la cima, otros sobaos en su chepa continuamente por sus mentirosos loadores, y normalmente, hablar con ellos no tiene esa enjundia, ese verdadero aprendizaje que te da un diestro retirado, un torero subalterno que sabe latín después de vida azarosa tras el toro siempre en primera línea de fuego. Esas personas son verdaderamente interesantes. Esas son las personas que de verdad te enseñan y te cuentan infinidad de cuestiones que muchas veces pasamos por alto. Con esa gente, sentados en una tertulia se para el tiempo, nunca es hora de levantarse, siempre uno desea más y más intentando aflojar la expresión, estar de dulce para que la mente esté tan despejada que no se pierda un solo detalle. Cuando eso ocurre, no se puede pedir más, y sin embargo, a los aficionados son estos momentos los que nos mantiene la ansiedad, la necesidad de esa droga, la que nos acerca, si se puede decir, al olimpo de los elegidos, a los solitarios decididos que se presentan solos delante de la fiera en el círculo, en su propia batalla, ajenos al ruido o silencio que pueda llegar por parte de los testigos. Eso, sin duda, lo da la edad principalmente, además de la gracia y salero, saber y entender, de quien interpreta en ese instante el acto comunicativo.
Eso se da también en el toreo de plaza. Los toreros maduros dan otra forma, otro sentido a este arte, quizás no a los públicos pasajeros, pero sin duda sí a los aficionados. Esos que hemos visto a un 'Fundi' triunfar sin remedio en Francia y casi ninguneado aquí hasta que pudo dejar ver esa madurez, o la de El Cid, que tardó lo suyo en llegar allí, o ¡qué decir de Esplá! que marchándose nos dejó esa elegancia, saber, poso, simpleza en la complejidad, valor en el silencio de una recia y bella pelea alejada de pegapases habituales. Lo mismo nos pasó con Juan Mora, un torero de verdad que no sorprende a quien le conoce más que en lo poco que torea, pero que ya en Madrid se hizo merecedor de que sigamos contando con él. A la antigua, con la espada en la mano, con valor sentido, poso jugoso, arte en su bella simpleza ha vuelto a deleitar allende los mares, en Manizales, a la gente de allá y que está siendo uno de los que esperamos ver aquí. Además, como él siempre ha dicho jamás se retiró, sólo que como piensa que tiene un caché le dejaron de llamar y como somos una cuadrilla de zopencos nos olvidamos todos de recordar a los empresarios que esos son los toreros que nos interesan.
Espero que no nos lo vuelvan a hacer, y que Juan, en su estado dulce, en su madurez reflexiva, elegante y parsimoniosa nos siga dejando destellos a los aficionados y escuela a los nuevos, que vean cómo se torea y no busquen los espejos en quienes están forrados a base de dar cien pases cada tarde.
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