miércoles, 7 de diciembre de 2011
Adios a mi Doñita
Hace unos días que tengo mi alma paralizada. Las ganas de toros, de discutir u opinar sobre los desalmados vengativos que están acabando con la feria de Quito, y todos los que participan en el asunto, o siquiera de hablar de los toros de Pamplona, están en stand by. Osea, en punto muerto.
Hace unos días, cuando se enterraba a Diego Puerta, una aficionada, una presidenta de plaza, una amiga, mi doña, fallecía en Jerez de la Frontera, después de pelear contra lo imposible durante los últimos siete meses. Y aunque, sabíamos de lo difícil que era una milagrosa recuperación, del sufrimiento y el dolor indescriptible que día a día hacía mella en su bella estampa, nos aferrábamos a lo inevitable. El deseo de mi compadre Pepe, de sus señores hijos Pepito y Kiko, de todos los que le rodeamos, su familia de sangre cercana y su más cercana familia escogida era que había que luchar contra esta fiera furibunda. Plantarle cara, echar la pata p'alante. Planchar la muleta, presentarla por delante y domeñar la bruta y geñuda embestida de este mal infecto. Pero, al final, no ha podido ser, y el dos de diciembre doña Clara Montaño, señora de mi compadre, Pepe Agarrado, nos ha dejado. Congelados y fríos porque la vida no es justa, y a una hermosa dama, que se ha cuidado con desmedida, sin vicios de los que los médicos culpan de las muertes, la implacable parca se nos la ha llevado. Por otro lado, ver el sufrimiento, el dolor y la agonía por la que ha pasado en estos siete meses, supone para todos una liberación. Y sin embargo, el vacío será difícil de llenar, aunque ella vivirá siempre en nuestros recuerdos.
Conocí a mi doñita de forma, quizás, un poco brusca. Fue un 10 de Julio de 1.999 en el patio de caballos de la monumental pamplonesa. Esperando el apartado, una mujer se acercó a mí y me dijo que le diera mi pañuelo, que quedaría muy bonito en su reja. Un pañuelo que me acababan de regalar, seda y oro, en la peña en conmemoración del 20 aniversario de la misma. Un pañuelo por socio. Y yo no sabía quién era esa bella rubia que me insistía en llevarse mi marca sanferminera. Apareció su marido, al que sí que conocía de otros sanfermines, y al final, sin explicarme aun cómo, salía de aquel lugar con el cuello desnudo. Ella fue, quien nos unió de manera definitiva a mi compadre y a mí.
Años dándome la vara, mi doñita consiguió que cambiara de feria. Y así dejé abril sevillano por mayo jerezano. Total, me decía con sabia picaresca, Jerez están cerca de casi todas las ganaderías que van para allá, y como tú te pasas todo el día en el campo, mejor aquí, que en Sevilla da luego más pereza salir hasta las dehesas. Y tuvo toda la razón. Si en Sevilla salías a un par de sitios, en Jerez vivo con ropa de campo todo el día. Y eso, a pesar de sus broncas. No consiguió verme con corbata, y sólo una vez me vio en el González Hontoria con traje, pero sin la prenda alargada.
Me cuidaba como una madre, me trataba como el mejor amigo y nos queríamos como unos recién enamorados. Estar en su casa, era sentirse uno más de la familia. Y así me sentí siempre y así me siento.
Picarona y lista, sabía latín, y conocía muy bien a las personas y sus debilidades, haciendo de ella una mujer más que peligrosa, fiable en sus apreciaciones. Así, por ella se han limado muchas asperezas entre algunos que nos creíamos antagonistas, y al final somos más que amigos por su inteligente mediación. Además, como gran aficionada y persona de continuo aprendizaje le llevó a tomar el toro por los cuernos y tomar las riendas de la plaza de toros de Jerez, donde intentó en todo momento mantener una posición de seriedad que no ha podido culminar. El trabajo de cambiar el rumbo de ese coso, es de años, y ella se había propuesto hacerlo por encima de todo. Y nos pidió ayuda. Y nos volcamos. Algunos colegas de las ondas le dieron porque no acababan de querer ver ahí a alguien a quien se aprecia. Otros entendimos su extensa labor, y fuimos partícipes de verdaderos escarnios. Yo mismo estuve de asesor de ella, y me tocó bailar con El Rabia, con apoderados desmochadores, con la empresa. Además de muchas maneras, curiosas y diversas, que no son para hoy. Y quizás, para nunca.
Si le querría que me hizo enfrentarme una vez hasta la más Grande de España, que con su boquita de piñón, saltaba soflamas contra mi doñita y con sus larguiruchos dedos colocaba poses de barriobajero, porque, de forma más que correcta, se negaba en dar dos orejas a Francisco.
Y es que mi doñita, como buena boticaria de Heré, era continuamente mandada a vender condones en cuanto se negaba a dar la segunda oreja. ¡Jo! Aun recuerdo cuando con Javier Aguera y un menda, hizo piña para echar para atrás camiones de toros contra un ganadero local afincado en Extremadura, cuyos perritoros venían para las figuras del momento. ¡Qué ovarios le echó la señora! Y al final, cinco de dieciseis, que tampoco tenían trapío alguno. Lo de pesar hasta 428 kilos era lo de menos. Realmente no tenían trapío.
Tengo que reconocer que la tarea más fácil que me recomendó, fue que junto al primo Agüera, controlara el ganado de Domingo Ortega para una corrida, ya que le designaron a última hora y estaba fuera en una comunión. Ese día ha sido, junto a otro de Fuente Ymbro, los días que no ha habido ningún problema en el reconocimiento en ese coso, de los que yo he tenido ocasión de vivir y presenciar.
¡Ay! Mi doña, bellotera lista y mordaz, que daba en la tecla correcta, que amaba a su gordo, a sus niños y a sus amigos. Y, por suerte, yo he sido uno de ellos. Y por eso, mi alma sigue paralizada. Y no tiene ganas de hablar de toros, porque me recuerda a muchos amigos que nos van dejando. Aunque sé de buena tinta que ella estaría deseando que mi compadre Pepe le leyera mi último post, y charlaran sobre mi mala baba, sobre mi atinado, ajustado o desafortunado criterio. Y por eso, tenemos que seguir adelante, porque ella no nos permitiría, ni nos perdonaría un solo paso atrás. Y por todo eso, con lágrimas en mis ojos, te debía al menos, como personaje del mundo del toro, un recordatorio en este blog, que impulsaste y medio obligaste a poner en marcha. Y porque Doña Clara Montaño ha sido una gran mujer.
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