Son días de frío y agua. Días distintos a aquellos dictados por el poeta, 'de vino y rosas'. Días de frío, helado corazón ante las noticias que nos llegan sobre amigos y conocidos que nos dejan. Días de agua que manan espontaneamente por nuestros lacrimales y manchan en cascada nuestras mejillas.
Y bajo esos vidriosos ojos, quién se acuerda de lo que tenemos aquí. Yo, tengo mi corazón llorante con mi amigo Carlo Crosta, al igual que obligado es rememorar a esa adusta, seria persona que es Diego Puerta.
Conocí al maestro siendo un chaval, y sin tener percepción de quién era ese gran personaje que flotaba en el aire, sobre aquella magnífica alfombra en la que de pie estaba parado, vestijo de traje, sin corbata, y con su pañuelo rojo. Recuerdo mirar primero entre las puertas correderas, que entreabríamos, y admirábamos a esos héroes. ¡Mira, mira, ese es Diego Puerta! ¿Seguro? ¿Pero si es un gran gladiador y más joven? ¡No puede ser ese! ¡Coño Patxi, si le he oído a mi aita decirlo! ¡Que sí, que yo lo ví en el patio con mi abuelo el otro día! Y así, desde chavales, conocimos a muchos de estos héroes en las opíparas recepciones que preparaba José Mari R.A. en su casa tras los toros, y a las que desde crío fuimos, no sólo convidados de piedra, sino que invitados a mezclarnos entre esas personas que con el vestido de gladiador parecían diferentes en la plaza. Sin embargo, ese halo místico se veía en algunos. Y Diego Puerta era uno de ellos. Serio, distante, como obligado por su condición de matador, se veía como en otro mundo, y sin embargo, venía de la plaza con una cosida más, cosa que desconocíamos en ese primer instante. Y es que el hombre, el mortal, llevaba en sus carnes el récord de cogidas caladas, que ampliaría al fin de su carrera a 52, creo recordar. Cornadas que dejan a las claras que su mote de Valor era adecuado y oportuno.
Sin embargo, aquel día ocurrió algo digno de recordar, y por lo que jamás he olvidado al maestro, y lo que me hizo poder charlar y rememorar historias con el maestro años ha, un tarde en Sevilla.
José Mari, que llenaba su casa con los matadores de la tarde, otros que estaban aun o de paso, o toreaban al siguiente día, además de coleguis y amigos, tenía un entrañable y solterón amigo, que, como diría el chapulín colorao, sin quere queriendo era todo un espectáculo. Un chisporrote de hombre con una gracia innata, unos ojos a los Martin Feldman, y una cara limpia con una franca sonrisa que apenas destacaba en su poco cuerpo rellenado con una muy bien comida barriga. Luciano, se hacía enseguida con la sala, y nosotros estábamos siempre cerca, le rodeábamos, porque para nosotros era la gran estrella del evento. La verdad, es que crecimos y convivimos mucho con ese pequeño gran hombre. Pero, vamos al cuento.
Ocurrióse que Luken, llegó a evento completo, y más chisporro, quizás, que lo habitual. O así nos lo pareció cuando nos hacía gracias y chanzas a nosotros en el pasillo. Hasta que la sequedad de su gaznate, o las copiosas y sabrosas bandejas de plata desviaron su cuerpo cuán momia egipcia hacía las mesas de los salones. Y entre risas, burlas que nos hacía y miradas que nos lanzaba, nosotros reíamos desde la entresala. Nadie parecía darse cuenta de sus mímicas, o eso nos parecía. Pero al otro lado del salón, el héroe no dejaba de mirar a nuestro bufón, payaso, amigo y, por qué no, héroe particular. Tanto es así, que el maestro le preguntó al anfitrión por tan singuar personaje. José Mari, viendo a Luciano pasado, intentando que Cristina nos apartara del centro de la algarabía, que le llama a Luken y se lo presenta al maestro, y a otros que desconocían de su persona. Y ahí llegó la noche a su culmen, porque Luken, gracioso y sobrado era cuando empezaba a darle a la sin hueso, y ea noche fue memorable. Se movía cuan 'paulova' cualquiera por el salón, cogía libros al revés y leía historietas inventadas, repetía chistes, ponía caras, se comía y bebía lo que se movía, y el héroe, el maestro, el gran Diego Puerta que se nos aparecía ante nuestros ojos tirado en la alfombra, retorcido, destornillándose sin parar ante las inacabables ocurrencias del bueno de Luciano, suplicando, implorando que parara aquel, increíblemente, delicioso suplicio. Cómo sería aquello, que entre mil risas (esto nos lo contaron después) Diego Puerta le ofreció una fortuna para que se fuera con él a fin de temporada a hacer las Américas. Otros diestros que compartían velada se unieron a la oferta, ya que por aquellos tiempos viajaban juntos y convivían juntos en esos países hermanos. El dinero propuesto en aquella velada le hubiera solucionado la vida a Luken y aquellos que él quisiera, pero él con elegancia y parsimoniosa gracia declinó el envite. Ël no se dedica eso. Eso lo hace gratis, porque es así, por que le sale, y cuando le sale. No al dictado de alguien. Y así lo entendió el maestro, que le abrazó y le dio las gracias infinitas por haber sido la mejor velada que había pasado en su vida.
Y ayer, aun llorando por la muerte de mi amigo Carlo, antesdeayer, Diego Puerta subía a los cielos, y espero que allí todo sean veladas como aquellas para el gran maestro.
Y del amigo Carlo, qué puedo decir que no se sepa. Que era fiel compañero de mi compadre Polite. Que los cuarenta y tantos sanfermines, de este taurino milanés, sus Ventas, su Maestranza querida, su alegría, su supertición hacia el doce más uno, su enorme corazón, su pasión y conocimiento le hacían alguien interesante especial. Sus charlas taurinas en privado, o cuando venía a las de la radio. Su compromiso con el Toro y su desprecio por la media verdad, nos hacía más fuertes a todos. Su extensa personalidad, entre tímida y apabullante, amigo de sus amigos, con una elegancia y educación del norte de Italia, le hacían señorial.
Caro Carlo, Carlo Crosta, te vamos a echar mucho de menos. El maestro fue historia, pieza fundamental de La Tauromaquia y será recordado por generaciones. Tú, caro amigo, estarás siempre entre nosostros, en nuestro corazón, y cada vez que vivamos un instante, seguro que tú estás entre nosotros.
Vivan ambos en nuestra memoria. Un brindis de pasión por ellos.
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