lunes, 7 de noviembre de 2011

La Tauromaquia y sus antis (Capítulo IX)


La segunda década del siglo XX, considerada la Edad de Oro del toreo, es el de mayor ardor de la historia. En plena guerra mundial, en una España neutral, aislada hasta la médula, la discordia taurina existente en los ruedos entre dos personajes inolvidables, harán de esta época, digna llevadora de tal nombre. Y es que José y Juan, Juan y José, serán la luz de la Tauromaquia en tiempos tan oscuros en la historia de España. No hay datos de intentos de eliminación del festejo en los turbulentos parlamentos de esas dos primeras décadas. Y es que, hay cosas más importantes por resolver. Y el pueblo necesita máxima evasión, se piensa entre las élites políticas.

Y ya en la tercera década, en los años veinte, la dictadura de Primo de Rivera será el referente político. Y por contra, serán los momentos de mayor intelectualidad dentro del mundo de los toros. Juan Belmonte, en la soledad de la contienda tras la muerte de Joselito, será un referente para todo artista o intelectual que se precie. El aprendiz y cuñado de José, Ignacio Sánchez Mejías, no le irá a la zaga.
¿Y dónde está el antitaurinismo? De los escritos de Nöel y demandas de mejoras, vivimos unos cuantos cambios en esas fechas. El Consejo de Ministros se dispone a regular, bajo el Ministerio de Gobernación la Tauromaquia en todos sus frentes. Y entre 1.917 y 1.931 se suceden reglamentos reguladores del orden, del contenido, de las formas. La máquina del Estado se hace cargo, desde entonces, de todo lo que rodea a este arte, o espectáculo, o fiesta. Y entre otras cosas, se eliminan actos bárbaros, se protegen a los animales participantes en la lucha y se toma conciencia humana. Contradictorio después de conocer los millones de muertos dejados en una guerra tan inútil, como ilógica como fue la Gran Guerra de 1.914 a 1.918.

Tras las dictaduras militares en tiempos de Alfonso XIII, contrariamente a lo que largan algunos modernillos, la República española fue de amplio consenso taurino. Y es que, decíamos que la intelectualidad de izquierdas estaban inmersos en el conocimiento de este arte, pero es que era el pueblo el garante de tal festejo. A pesar de vivirse años revueltos, huelgas, perturbaciones continuas de la paz, tragedias y demás, las fiestas seguían sustentadas con el festejo taurino como columna vertebral de un pueblo que disfruta con el mismo.

Incluso, la propia guerra civil traerá la división de un país, pero nunca la abolición ni desaparición, aunque fuese momentáneamente, de la corrida de toros, ni de las tauromaquias populares de toda índole. El toro bravo seguirá siendo base de la alegría evasoria de la nación, y del recogimiento de muchos estómagos, que verán saciada su penuria a base de este magnífico animal, llevándolo en determinadas zonas a su casi extinción.

Podemos repasar la historia. Podemos pararnos en muchos sucesos. Pero el caso es que, con la Edad de Oro y la Edad de Plata del toreo, sólo podemos afirmar que goza de muy buena salud. Las normas imperan, las plazas se multiplican, los cosos se magnifican. Cada vez son más los festejos. Y aun no hemos llegado a la época en que algunos de los actuales detractores de este arte paran el reloj de la 'maldad' de este 'crimen' . Me refiero a la dictadura del generalísimo.

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