sábado, 15 de octubre de 2011
La Tauromaquia y sus antis (Capítulo VI)
Son tiempos de cambio. Con la Ilustración, El Siglo de las Luces europeo, la sedición de las colonias americanas contra la Corona inglesa, la Revolución francesa..., llegan diferentes formas de entender la vida. Desde el mayor desprecio por ella, hasta el máximo deseo de considerar las bondades humanas; desde el apogeo de la abominación exclavista, hasta la consideración de la igualdad entre hombres. Y en esos momentos tan convulsos, se llega al final del S. XVIII.
En España, se ha vivido tiempos convulsos entre el pueblo y la Corte, y tras motines contra Esquilache, enfrentamientos contra el poder de Godoy, el populacho ve en los toros, su gran fiesta. Como todo en este mundo también la época gloriosa del enfrentamiento taurino entre Romero, Costillares y Pepe-Hillo, tocó a su fin, coincidiendo con el del siglo. Tras la retirada de Romero en 1799, el fallecimiento de Costillares en 1800 (aunque ya llevaba media década sin torear) y la cruel muerte de Pepe-Hillo en 1801 (en la plaza de Madrid, fruto de una brutal cornada), la fiesta entra en un cierto periodo de decadencia, de la que no lograrán sacarla los matadores que andaban a la sombra de los tres grandes astros. Y, en seguida, a propuesta del Conde de Montarco y con el visto bueno del Consejo de Castilla, el Rey Carlos IV decretará la más firme suspensión política de los festejos en 1805, prohibición de la que ya no se escapa plaza alguna, ni aun la de Madrid. Han vencido las ideas económicas y políticas contra el divertimiento y el sentimiento del pueblo.
Tendría que llegar un monarca extranjero, impuesto como rey español por el tirano Napoleón, para retomar la costumbre de las corridas de toros. Se organizaron, en esta ocasión, para la proclamación de su propio hermano don José Bonaparte. En la plaza de toros de Madrid, y no en la Plaza Mayor como era habitual, se previeron dos festejos en julio de 1808, los días 27 y 30, aunque éste último jamás se celebraría por la precipitada huida del monarca francés tras la derrota de las águilas francesas en tierras de Bailén, y la llegada a la Corte de tan gratas nuevas para los patriotas. Y en apenas menos de un mes volverán las corridas a la misma plaza de toros, ahora para proclamar al auténtico Rey de los españoles: Fernando VII. Después se organizaría una breve temporada, pero a finales de año vuelve a ser ocupada la Corte, tras la batalla de Somosierra, por las tropas francesas al mando del propio Emperador, que se mantendrán en la misma varios años. En ellos, y bajo dominio francés, sólo se celebrarán toros en Madrid, con alguna honrosa pero puntual excepción, y nada destacable sucede en los festejos, ni de carácter técnico ni artístico, digno de ser mencionado en estas breves líneas.
Finalizada la Guerra de la Independencia contra los franceses, la fiesta recupera su normalidad, aquella que tenía antes de la prohibición de 1805. Nada más regresar Fernando VII de su cautiverio en tierras francesas, en 1814, le organizaría Madrid cuatro festejos “para festejar el feliz regreso de Su Majestad”. En ellas, una vez más en la plaza de toros, y no en la Plaza Mayor, no hubo nada notable, si no fue el entusiasmo del público madrileño y el adorno del coso.
En estos años iniciales del siglo XIX aun permanecen en activo algunos ganaderos famosos anteriores a la prohibición de 1805, como Vicente José Vázquez, José Rafael Cabrera, Fernando Freire, el Conde de Vistahermosa, Francisco Gallardo, Juan y Pedro Zapata, entre los andaluces; Bernabé del Águila, Diego y Álvaro Muñoz Pereiro, o Hermenegildo Díaz Hidalgo, entre los manchegos; Francisco Javier Guendulain , Fausto Joaquín Zalduendo, entre los navarros; el Marqués de Castrojanillos o Juan Núñez, entre los de Castilla la Vieja, y desde luego un amplio número de ganaderos de prestigio entre los que crían sus reses en las proximidades de las Corte, como pudieran serlo Manuel Aleas, Vicente Perdiguero, Julián de Fuentes o Manuel Bañuelos.
Los festejos siguen contando con un importante número de reses por día, en lidias muchas veces de mañana y tarde, tal y como se practicaban desde el siglo XVII. Pero en estos años comienza un lento declive en el número de toros, muchas veces sólo en sesiones vespertinas. En Madrid, por ejemplo, el número varía habitualmente de catorce a dieciséis, en mañana y tarde. Pero, empiezan a darse ya algunos festejos en los que sólo se juegan toros por la tarde, aunque en ese lustro posterior a la salida de los franceses, aún no es lo habitual. En 1821 una Real Orden de 29 de marzo, autoriza que se puedan celebrar sólo festejos vespertinos, ello sólo se produciría durante las once corridas de ese año en Madrid, lidiando ocho reses en cada una. En 1822 se recuperaría aun el festejo tradicional de mañana y tarde, con más de una docena de toros por fiesta. Alternarían en los siguientes años los festejos de mañana y tarde con los vespertinos, y, definitivamente, a partir de la sexta corrida de 1828 se instauraría la media corrida, desapareciendo casi por completo los festejos matutinos.
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Enhorabuena por las seis entradas publicadas sobre el tema.
ResponderEliminarEsperamos las siguientes.