Van a pensar que soy insensible. Van a decir que estoy dormido. Otros, que ya lo han escrito en sus comentarios en el pasado, comentarán que fuera de Sanfermines estoy desfasado.
La verdad es que he sentido sobremanera la muerte del maestro Chenel. Posiblemente, no todos los que habéis escuchado la noticia en su momento, lo habéis hecho de manos de una enfermera en una unidad de cuidados intensivos. Ese fue mi caso. Recién intervenido, con multiples dolores y un cuerpo sensible a cualquier movimiento aéreo, recibí la noticia entre lágrimas fáciles por el dolor completo de un cuerpo maltrecho ante la paliza que llevaba ese día. Y en segundos, como ocurre normalmente en estos casos, pasa la vida de uno entremezclado con todo lo referente al gran personaje que fue Antoñete.
El del mechón blanco, que tan poco pudo hacer en sus oportunidades en Pamplona, y que siempre manifestó un señorío como pocos para lo que ocurría en ese extraño coso. De él son las palabras que en Pamplona cuando ocurre algo en el ruedo la gente se pega a este espectáculo y disfruta y cuando no disfruta más en el tendido. Tuvo sus contínuas oportunidades en los sesenta porque en la casa mandaban gente muy partidaria de lo que él hacía. Aun así, todos le dimos la vitola de gran maestro en su resurgimiento, en su segunda juventud. Ahí nos enganchamos algunos al maestro madrileño. Y es que a Manolo Vázquez y a él, les ocurría lo que nos pasó con Rincón, o con el propio Mora el octubre venteño de 2.010: Toreaban diferentes al resto, y con emoción. Y eso es lo que llenaba.
De todas formas no debo decir al viejo maestro más que gracias por haber existido e impartido juicio, señorío y enseñanzas dentro y fuera de los ruedos. Algunos trincones que han vivido a su lado, le han admirado e incluso ayudado en varios momentos de su vida, debieran poder hablar sin parar de su humanidad. Y lo harán. Pero, no sé si aprendieron mucho de sus enseñanzas de vida.
Y mientras pasaba unos días en la planta, informado a todas horas vía tele y prensa, es decir, desinformado, recordaba a Padilla, que estaría por Oviedo mirándose el ojo. Y pensaba porqué los príncipes de España, que pasaron unos días por allí con los premios que da el principado, no se acercaron a saludar al diestro y darle su apoyo. ¡Ya suelen ir a visitar a personajes de menor calado! Y pensaba que después del apoyo de las redes sociales y de la prensa oficial, demostrar el apoyo de todos de manos de las personas que representan a todos no estaba de menos.
Y seguía, dentro de las miles de horas muertas que se pasan entre crucigramas, filosofía taurina de manos de Luis Fernández Salcedo, periódicos y cadenas insulsas de TV, recordaba el cómputo de la oreja de Clarín. ¿Cómo andarán las votaciones? -me decía-. ¿Estará votando gente cabal ó magnificamos el indulto de la anticasta? Y la realidad me devolvía a este mundo. ¡Seguro que todo sigue igual!
Y es ahí. Viendo pasar tu vida. Pensando en el futuro posible del mundo que te cerca a diario. Es en esos momentos cuando suelo pensar que todo lo que consideramos importante en este mundo no vale nada. Lo único interesante de la vida, es ver crecer feliz a tu familia. Y para ello se necesita disfrutar todos los minutos de la vida. Y también, que donde vaya a ocurrir el proceso de tu pasar por este mundo, sea lo más armónico y feliz posible. Por egoísmo. Puramente egoísta es querer que todo lo que te rodea sea bonito y rebosante de felicidad. Sí, es cursi. Pero, realmente es lo que debemos desear. Yo, al menos, lo hago. Por eso no soy envidioso. Me alegro que a la gente le 'vaya bonito'. Siempre nos tocará algo de su alegría. Aunque sea respirar el mismo ambiente optimista.
Y porque la vida es un regalo sin par, con fecha de caducidad, salgo alegre y renovado. Dolorido, eso sí. Y optimista con el futuro que nos espera, porque, con sólo disfrutar de unos minutos parecidos a los que Antoñete logró con Atrevido, valen esperar con ojos despiertos y mente contenta, unas cuantas vidas.
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