viernes, 21 de octubre de 2011

La Tauromaquia y sus antis (Capítulo VII)



La normación continua, da claro ejemplo del interés que despierta en el pueblo la fiesta, con un rey interesado por este festejo, y que le hará ser parte de la misma. Al normar y acortar el número de animales, el festejo ganará en interés para los espectadores, que ya no habrán de soportar lidias de innumerables reses, y que podrán disfrutar más de los toros que salen de toriles. Al disminuir el número de toros se permite apurar mucho más las condiciones de cada animal, lucirlo más, el toro será mejor colocado en la suerte de varas, y ello permitirá aquilatar más su condición de bravura o mansedumbre; y probablemente también se alarga la lidia con ello, permitiendo torear más con el capote y probablemente con la muleta.

Mientras tanto, los espectáculos taurinos también se celebraban en otros lugares de Europa. Así, en Inglaterra eran frecuentes los bull-baitings, peleas entre perros y toros. Sin embargo éstas prácticas fueron prohibidas en 1824, el mismo año en que se fundó The Royal Society for the Prevention of Cruelty to Animals. Todavía hoy se celebran corridas de toros en Francia y Portugal.

Pero sin lugar a dudas el hecho que viene a revolucionar la tauromaquia de este primer tercio del siglo XIX es la aparición de Francisco Montes Paquiro. Montes había pasado fugazmente por la recién creada Escuela de Tauromaquia de Sevilla, que Fernando VII, promovió personalmente, casi a la par que se decretaba el cierre de las Universidades de todo el reino. La Escuela fue creada por Real Orden de 14 de noviembre de 1830, disponiendo el rey que su primer profesor fuese el anciano Pedro Romero, y que a sus órdenes actuase, como segundo maestro, Jerónimo José Cándido. Montes no entró como un simple alumno, sino que se apuntó a la misma, según Pedro Romero “para acabar de perfeccionarse para matar”. Fuese como fuera, desde que Montes aparece en Madrid, a comienzos de 1831, pasa a ocupar lo más alto del escalafón taurino. Despierta los mayores entusiasmos entre los públicos donde quiera que va, y motiva un interés por el espectáculo que hacía muchos años que no se conocía. En apenas uno o dos años era ya, sin discusión, el primer torero de España.

A parte de eso, el propio Fernando VII, será una de las partes de la testamentaria de José Vicente Vázquez, parte que a posteriori será comprada por el Duque de Veragua. El rey nefasto, tuvo una sola hija, que hará que cambie las leyes de la legítima sucesión para que reine, desde niña con el nombre de Isabel II. Dejando a un lado la execrable situación de contínua guerra y revolución, apasionante por otro lado, y centrándonos en nuestro planeta toros, las décadas de la monarquía de la reina, dan fiesta y color, por la pasión de la corte por los toros. Son los años de Paquiro a Lagartijo y Frascuelo. No obstante, surgía con frecuencia en el Parlamento español el debate de la prohibición o no de los festejos.

Podemos relatar uno a uno esos intentos de los muchos ilustres prebostes del momento que se les ocurría acabar con la fiesta nacional, en pro siempre del atraso que ello les suponía a esos ilustres, cegados por el devenir de Europa, donde las Españas se quedaban atrás. Ante ellos, el no ir contra el pueblo, e incluso, encontrarse con primeros ministros y adelantados del país, siendo ganaderos proveedores de la tauromaquia del momento, ofrecía a la Fiesta la mejor de sus garantías, su seguido progreso para que no peligrara su interés, y mucho menos su camino al progreso.

Terminado el reinado de Isabel II, pasado los fugaces de Amadeo de Saboya y la I República, llega el reinado de Alfonso XII, con la última guerra carlista de por medio. Incluso en esos tiempos convulsos, se produce un nuevo intento de prohibición cuando el Marqués de San Carlos propuso a los diputados la prohibición de las corridas de toros. Se rechazó la propuesta pues se consideraba que sería demasiado impopular: era la época de Lagartijo y Frascuelo.

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