miércoles, 26 de octubre de 2011

La Tauromaquia y sus antis (Capítulo VIII)


El fin de siglo viene precedido por la muerte prematura del rey Alfonso, una regencia de su esposa María Cristina que le dará un hijo póstumo, varón tras dos hijas mayores que no tendrán derecho a la corona, con innumerables cambios de gobiernos, y el pesimismo del orgullo nacional llevado al extremo. Mientras Europa vive al alza con sus nacionalismos convertidos en países nuevos, la grandeza de las Españas se va desmoronado poco a poco, dando lugar al desastre de la profunda depresión social y cultural. En medio de esa brutal vorágine, la fiesta sigue siendo el refugio del pueblo, su necesidad y elemento escapatorio de la inmundicia en la que se vive. Para más inri, el siglo dejará su estela final inmersa en los desastres de Cuba y Filipinas, demostrando que la España iniciada en tiempo de los Austrias tocaba a su fin.

Son los tiempos de grandes matadores y sus cuadrillas, aunténticos lugares de aprendizaje, que van dando forma a lo que será la fiesta actual. También esos últimos cuarenta años del siglo habrán sido los de la normación del festejo, la inclusión del mismo en el ministerio de Gobernación. Esto será la cumplimentación final de los parámetros fiscalizadores que a lo largo del siguiente siglo darán forma legal a todo el entramado taúrico.


Al igual que el pueblo español, sus intelectuales se han dividido históricamente entre partidarios y detractores de las corridas de toros. Las críticas de algunos ilustrados a la Fiesta, la recuperaron luego los escritores de la Generación del 98 que, en un principio, la veían como síntoma del atraso español. Un ejemplo notable de esta época fue el escritor antitaurino Eugenio Nöel, que vinculaba los toros a lo que denominaba «crímenes de raza»: el pasodoble, «el cante jondo, y las canalladas del baile flamenco que tiene por cómplice la guitarra, el género chico, ese delirio de diversión, de asueto, que caracteriza a nuestro pueblo». Para el escritor madrileño, la Fiesta se reducía a sangre, crueldad y porquería y, en su opinión, era síntoma de la «libertad del pueblo español de poder hacer lo que le dé la gana». Otra de las acusaciones de Eugenio Noel contra las corridas es «la funesta cualidad de ser el único rasgo enteramente nacional; sólo la afición a los toros une las regiones y hace andaluz al éuscaro y extremeño al catalán y castellano al andaluz».


Entre los grandes notables de esa generación de ilustres, unos fueron ardorosos seguidores del arte sin fin, como Ortega y Gasset o Valle-Inclán entre otros, mientras tanto Azorín, como Unamuno, dejarán bien a las claras, su rechazo al espectáculo del pueblo. Sin llegar a declararse antitaurinos, ni regodearse en su rechazo, buscando prosélitos, sí aparece en ellos un componente más animal, al rechazar lo que se vive en la arena, por aborrecimiento de lo que allá ocurre. Famosa es la frase de Unamuno que han tomado los modernos antis como adalid de su lucha, sin que aquél lo deseara.


 Dijo el famoso rector de Salamanca, el bilbaíno Unamuno: “Siempre me han aburrido y repugnado las corridas de toros”.

Y así, a caballo entre dos siglos, cuando la Fiesta va a recibir sus mayores revoluciones, la frustración de algunos notables sobre la España atrasada en la que viven y el deseo a parecerse a una Europa nueva, sembrarán el germen de la nueva concepción de antitaurinismo. Ya no será porque no es juego para nobles, o porque el humano pueda morir sin su extremaunción. Y aunque sigue la idea económica latente, el retraso del pueblo español respecto a Europa, cada vez más urbanita y obrera, frente a la rural nacional, y la idea de los intelectuales de una España europeizada, nos encontramos, por primera vez en la historia de los detractores de la Fiesta, el componente antitaurino per se, es decir, la aberración del festejo sin obrar otra intención que no sea el sentimiento particular. Esos paladines del animalismo actual, sin embargo, no buscarán la abolición de la Tauromaquia. Simplemente, a título personal, sabedores de su eco social, mostrarán su público rechazo a lo que no aprecian.

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