sábado, 12 de febrero de 2011

VIAJE A LOS TOROS DE PAMPLONA. VIII


Dando unos rodeos a la ciudad de Jerez por fin entramos en Sanlucar de Barrameda, y lo primero a la playa. Hace un día hermoso, frío para los lugareños, aunque a estas horas estamos sobre los diecisiete grados, con un poco de viento, normal en la desembocadura del gran río. Todo son plazas libres para aparcar, la playa desierta, el mar a lontananza tranquilo, en frente Doñana y a la orilla del paseo tres asilvestrados camperos viendo la arena y el choque de las aguas atlánticas con los limos rieros como las vacas mirando al tren. Habremos repetido esta escena multitud de veces y seguimos pareciendo nuevos, o quizás, es que esos silenciosos instantes de ensoñación despierta nos renuevan el espíritu, tan necesitado en estos tiempos de actos de fe, veraces y significativos como este.
Salimos del letargo, y sin dilación al parking junto al Cabildo, que vamos a tiro fijo. Nos llegamos tal día como hoy en busca del mosto sin fermentar, esa bebida chiclosa que surge antes de que los azúcares comiencen el proceso alcohólico. Por supuesto, mosto de la uva palomino, origen responsable de la manzanilla como producto final. Estamos en Sanlucar y el mejor sitio para degustar el mosto, El San Roque, sito en la plaza de su mismo nombre, donde el viejo de Antonio, con uvas propias es el encargado de preparar este brebaje. Y allí nos llegamos, que Pedro es asiduo de este lugar. Comeremos al sol, en la calle y aún es dos de febrero y yo con chaqueta solamente. Y mientras Pedro va a pedir, nos encontramos con que en la mesa de al lado está Pedro Goñi y Sra. con un lugareño que ha trabajado y vivido toda su laboral vida en Pamplona, y que jubilado ha vuelto a su pueblo aunque hijos y nietos sean ya navarros y allí residan. El mundo es un pañuelo, aunque eso pasa por ir a lugares turísticos, y Sanlucar lo es, hermosa y con encanto, y como su playa es aún sobre el Guadalquivir y no a pleno mar aún mantiene el sabor de localidad fronteriza, pescadora, vinatera, marismeña y no es una colmena de guiris como puede ocurrir en las provincias aledañas. Un buen sitio para vivir.
Después de charla interminable, se llega Antonio con la comida, salmorejo, pescaítos, gambitas...pero sin el mosto, y le dice al Sr. Pedro que a él no se lo puede servir, que ha dicho su padre que está para retirar a fermentar y ya no está bueno, así que nos tomamos un blanco de Barbadillo, límpido y fresco hecho también sobre la base palomina. Y sin prisa, relajados por primera vez en todo el viaje como si no hubiera nada que hacer, ni a donde ir, nos dejamos llevar una hora chismeando y hablando de lo que vamos a decir esta noche en El Puerto, cuya respuesta es fácilmente previsible: 'lo que se nos ocurra', ' a ver si ahora nos vamos a quedar en blanco', se ríe Polite. Y es que hablamos de toros y sanfermines en el Club taurino El Rabo a las nueve y media de la noche. Así que, vuelta a Jerez que hay tiempo para relajarse en casa y yo de buscarme un lugar donde comprar un multilector de tarjetas, que por norma de dejar siempre algo olvidado en casa antes de cada viaje, esta vez ha sido el cable de conexión de la cámara al ordenador.
Hecho el recado, pasadas las fotos y liberada la cámara del espacio para otro día, justo, ducha, a recoger a los boticarios a la calle de La Merced y de ahí iremos a El Puerto de Santa María, al de Rafael Alberti, al del recuerdo de Joselito El Gallo, presente en todo momento. Ahora adoran al 'dios' José Tomás, que les ha dado grandes tardes, y el único en llenar esa grandiosa plaza, el mayor ruedo del mundo en diámetro del círculo mágico, catorce mil localidades, donde el toro por la perspectiva aún parece más 'chico' de lo que se merece o parece en los corrales, donde reza la famosa frase joselitista 'quien no ha visto una tarde de toros en El Puerto, no sabe lo que es una tarde de toros'. Ahí vamos, a tierras andaluzas, tierra del toro de lidia por excelencia, ahí vamos dos deslenguados y mordaces viborillas para hablar de toro del norte, del toro del sur y de los sanfermines. Martes noche y poca presencia. A penas una treintena de aficionados. Los presidentes de las plazas de El Puerto y de Jerez entre ellos. Sotelino, crítico local, de maestro de ceremonias, Jesús, el presidente del club de anfitrión, yo, que por respeto y antigüedad cedo los primeros lances a Carlos Polite quien directamente agarra el toro por los cuernos y entramos a saco en materia criticando para bien y lo contrario los sanfermines y el resto del orbe, dando donde más duele en la actualidad y dejando claro que mucho pedir la variedad de encastes pero que al final los toreros no pueden y el público no quiere ver una lidia añeja. Sólo el interés por el torero, sus cien pases por toro sonriente y tranquilo prevalecen en la mayoría de las plazas. Además van quedando muy pocos gladiadores, ya se van retirando los 'pepines' , los 'esplás', y los toreos de primera línea actual ya no van a las ferias a las duras y a las maduras. Sólo a las maduras, y muy maduritas a poder ser. Y ahí, las cómplices sonrisas de los más canosos, el silencio seguidor de los más jóvenes nos reúnen a todos, norte y sur, en una misma idea: somos aficionados y seamos de donde sea que sea, admiramos al toro, eje principal de esta religión, por eso, y a pesar de que las palabras de Joselito El Único estén devaluadas en la plaza porteña hoy en día, todavía aún pone a la entrada del recinto sacro 'plaza de toros', no de toreros.
Terminamos firmando libros, cenando junto a la plaza en un típico de ambiente taurino, todos los que quisieron ir, allí rige la norma del pago a escote, así no hay malos entendidos, hablando, gente muy diversa, de lo que nos une, nuestra religión: el dios Uro. Y ya era de madrugada cuando caíamos rendidos, que pocas horas después mudábamos de hogar.

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